En un extenso prado, un imponente caballo de pelaje dorado vivía en completa libertad. Su vida era un hermoso ballet de movimiento y gracia, corriendo a través de los campos abiertos y galopando bajo el cielo despejado. El caballo era conocido por su fortaleza y su espíritu indomable, disfrutando de cada momento de su vida salvaje.
Sin embargo, un día, los humanos del rancho vecino decidieron que querían capturarlo. Habían oído hablar de su belleza y querían domarlo para convertirlo en un caballo de exhibición, una pieza preciada en su establo. Prepararon sus redes y trampas con la esperanza de capturar al caballo y llevarlo a su corral.
El caballo, al enterarse de los planes de los humanos, sintió una mezcla de alarma y determinación. La idea de perder su libertad le resultaba insoportable. Decidió que no se rendiría sin luchar. A pesar de saber que enfrentaría desafíos significativos, su deseo de mantenerse libre y salvaje le daba una fuerza implacable.
Cuando los humanos llegaron al prado con sus trampas, el caballo se preparó para enfrentarlos. A pesar de ser perseguido, nunca perdió su elegancia y su agilidad. Corría con una velocidad y una gracia que deslumbraban a todos, pero que también lo mantenían fuera de alcance. Cada vez que se acercaban las redes, el caballo realizaba giros rápidos y saltos precisos, esquivando con maestría los intentos de captura.
Los días se convirtieron en semanas, y la persecución continuó. El caballo experimentó momentos de agotamiento, pero su espíritu indomable no se desmoronaba. Cada vez que se sentía cansado, encontraba un segundo viento en el pensamiento de lo que estaba en juego: su libertad. A menudo, se refugiaba en los rincones más escondidos del prado, usando su conocimiento del terreno para evadir a sus perseguidores.
Un día, mientras se escondía en un bosque cercano, el caballo se encontró con un viejo ciervo. El ciervo había escuchado sobre las dificultades del caballo y se acercó para ofrecerle consejo.
—He visto tu lucha —dijo el ciervo—. La resistencia no es solo una cuestión de fuerza, sino de saber cuándo adaptarse. Estás enfrentando un desafío implacable, pero tu espíritu es tu mayor aliado.
El caballo escuchó atentamente. Aunque siempre había confiado en su fuerza y velocidad, comprendió que la adaptación también era crucial. Decidió cambiar su estrategia. En lugar de solo evadir a los humanos con velocidad, empezó a utilizar el terreno a su favor. Se adentró en zonas del bosque donde los humanos no podían seguirlo fácilmente y usó el paisaje para crear obstáculos que dificultaran su persecución.
A medida que pasaba el tiempo, la determinación y la adaptabilidad del caballo comenzaron a rendir frutos. Los humanos, frustrados y exhaustos por la incapacidad de capturarlo, comenzaron a desistir de su misión. Cada vez que uno de ellos se acercaba, el caballo encontraba nuevas formas de desorientarlos y seguir adelante.
Finalmente, los humanos se dieron por vencidos. El caballo, aunque cansado, había logrado mantener su libertad. Su lucha no había sido fácil, pero su resiliencia, adaptabilidad y espíritu indomable le habían permitido seguir siendo el rey del prado, tal como siempre había querido. La resiliencia del caballo no solo le permitió conservar su libertad, sino que también fortaleció su confianza y su capacidad para enfrentar cualquier desafío futuro. Al aprender a adaptarse a nuevas circunstancias, descubrió que su verdadera fortaleza no residía solo en su rapidez, sino en su habilidad para superar obstáculos de manera creativa. Esta lección de adaptabilidad y perseverancia se convirtió en un legado que le permitió vivir una vida más rica y satisfactoria en el prado, sabiendo que su libertad era el resultado de su propia tenacidad.
Cuenta la leyenda que el caballo dorado se convirtió en un símbolo de libertad y resistencia para todos los animales del bosque. Su historia se transmitió de generación en generación como un recordatorio de que, cuando se enfrenta a desafíos abrumadores, la verdadera fortaleza reside en la capacidad de adaptarse y perseverar. Así, el caballo dorado continuó galopando por el prado, un recordatorio viviente de que la resiliencia puede convertir incluso las dificultades más arduas en triunfos personales.
Soy Psicóloga General Sanitaria, con Mención en Psicología de la Salud e Intervención en Trastornos Mentales y del Comportamiento experta en clínica e intervención en trauma con EMDR, así como en Psiconutrición.
En mi práctica, empleo una corriente integradora que combina diferentes enfoques terapéuticos. Esto significa que no nos limitamos a un solo método, sino que exploramos diversas herramientas que abordan tus necesidades desde diferentes ángulos: afectivo, cognitivo, conductual, fisiológico, aspectos sociales y transpersonales.