Había una vez, en un bosque lleno de susurros y secretos, un pequeño colibrí llamado Nilo. Sus plumas eran grises, apagadas, como si el color hubiese olvidado visitarlo. A pesar de su velocidad al volar, sentía que siempre pasaba desapercibido, invisible entre las sombras de los árboles. En su corazón, anhelaba algo más, aunque no sabía muy bien qué.
Un día, mientras descansaba sobre una rama, Nilo vio un destello que cortaba el aire como un rayo de luz. Otro colibrí cruzó su camino. Este tenía las alas más hermosas que Nilo había visto jamás: cada pluma reflejaba los colores del bosque, como si el sol, el cielo y las flores hubieran quedado atrapados en ellas. Fascinado, Nilo lo siguió hasta un claro donde el colibrí se posó tranquilo.
—Tus alas… —susurró Nilo, sin atreverse a acercarse del todo.
El colibrí, que se llamaba Solis, lo miró con una sonrisa. No le preguntó por qué lo seguía ni por qué sus alas eran grises. Simplemente sacó un pequeño pincel de entre las flores y se lo mostró.
—Todos llevamos los colores dentro, Nilo —dijo Solis—. Pero a veces, necesitamos aprender cómo encontrarlos.
Intrigado, Nilo se acercó. Solis le explicó cómo, con paciencia, podía usar ese pincel para descubrir y pintar los colores de su vida. No era magia, le dijo, sino un arte que se aprendía poco a poco. Juntos comenzaron. Solis le mostró cómo tomar el azul del cielo para darle calma a sus alas, cómo usar el dorado del sol para llenarlas de fuerza, y cómo mezclar el verde de las hojas con el rojo de las flores para conectar con su entorno y con su pasión.
Cada pluma que Nilo pintaba se transformaba, y con ella, también algo dentro de él. Al terminar, miró sus alas reflejando la luz del bosque y sintió que por primera vez entendía quién era. Pero entonces Solis, con un gesto tranquilo, le entregó el pincel.
—Ahora es tu turno. No necesitas mis alas; tienes las tuyas. Pero este pincel puede seguir viajando.
Al principio, Nilo dudó. ¿Cómo podría él enseñar a otros algo que apenas había aprendido? Sin embargo, mientras volaba, comenzó a notar otros animales con plumas grises, con miradas que reconocía. Se acercó a ellos, compartió el pincel y, con cuidado, les enseñó lo que había aprendido. Los colores comenzaron a extenderse, primero en pequeñas pinceladas y luego llenando el bosque con una explosión de vida.
El pincel pasó de mano en mano, y pronto Nilo entendió algo profundo: los colores no venían del pincel ni de Solis, sino de cada uno que se atrevía a pintar. Y aunque nunca volvió a cruzarse con Solis, sabía que ese primer gesto había cambiado todo.
De esta forma, Nilo se convirtió en un guía, un colibrí que no volaba solo para sí mismo, sino para acompañar a otros a descubrir lo que siempre habían tenido dentro. Porque la verdadera magia está en ese momento en que alguien te muestra cómo encontrar tus colores, y en el instante en que decides compartirlos con el mundo.
Y así, como el pincel que sigue su camino, los psicólogos acompañan, guían y enseñan. Ayudan a las personas a pintar sus propias alas, no con su magia, sino con la que cada uno lleva dentro. Y cuando esa enseñanza se comparte, el mundo entero se llena de luz, esperanza y vida.
Soy Psicóloga General Sanitaria, con Mención en Psicología de la Salud e Intervención en Trastornos Mentales y del Comportamiento experta en clínica e intervención en trauma con EMDR, así como en Psiconutrición.
En mi práctica, empleo una corriente integradora que combina diferentes enfoques terapéuticos. Esto significa que no nos limitamos a un solo método, sino que exploramos diversas herramientas que abordan tus necesidades desde diferentes ángulos: afectivo, cognitivo, conductual, fisiológico, aspectos sociales y transpersonales.